sábado, 2 de febrero de 2013

Con Peluco

Sí iba con Peluco. Habíamos fabricado con basura un side-car de plataforma para mi bici y estábamos construyendo una casa africana más o menos por el eucalipto de atrás del comedor. El techo era de hojas de palmera que nos robamos de la glorieta donde está el pozo para el agua y de alguna construcción no bien cuidada sacamos unos tabiques y un poco de tezontle para el toque de jardinería con un caminito de acceso. Para la ambientación selvática queríamos poner alrededor una plantación de caña brava y fuimos a sacar unas plantas de unas partes pantanosas al lado del río como por Apatlaco. Llevábamos palas y machetes; de regreso, la vereda sobre el talud del río estaba entre el curso de agua puerca y la línea de eucaliptos. Como veníamos por el margen izquierdo, el side-car iba junto a los árboles y la bici al borde del talud, del lado del río. Una raíz hizo brincar la rueda y levantó la plataforma, de manera que se iba a voltear y caer sobre mí, así que, más por instinto que otra cosa, dí vuelta al manubrio en el sentido de la volcadura... que era nada menos que el río. La bici con side-car se fue volada hacia abajo y un pie quedó entre la rueda delantera y el cuadro de la bici, que se hundía lentamente, como de película. Peluco me daba la mano, pero le ganó su instinto de supervivencia o simplemente la gravedad y me soltó. El agua (por llamarla menos feo) llegó hasta el cuello y tuve que bucear para maniobrar y soltar el pie. Ya que andaba en esas profundidades aproveché para rescatar la preciada carga y las herramientas. Después entre los dos sacamos la bici. Al llegar a la casa estaba tan apestoso que no me dejaron entrar hasta después de un baño con manguera en el jardín. Llevaba una chamarra negra de dril, que quedó en tonos de gris, más o menos como de estilo batik...  

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