sábado, 27 de noviembre de 2010

Socialismo centrado en la democracia económica

La Jornada Julio Boltvinik: Economía Moral

Propuesta de Schweickart en la Semana de la Ciencia y la Innovación

Como parte de la Semana de la Ciencia y la Innovación que el gobierno del DF realizó esta semana en el Palacio de Minería, se incluyeron dos mesas redondas con temas centrales de las ciencias sociales. En la segunda de ellas, David Schweickart (DS), profesor de la Universidad Loyola de Chicago, presentó una ponencia sin desperdicio en la cual relacionó la crisis con la transformación del capitalismo en la democracia económica que, argumenta, citando a Milton Friedman, ha pasado de “ser políticamente imposible a ser políticamente inevitable”. Friedman se refería a otra: al cambio ocurrido entre 1962, cuando sus ideas como uno de los dos padres fundadores del neoliberalismo eran políticamente imposibles, a 1982, cuando se volvieron políticamente inevitables. Dice DS que el cambio ocurrió cuando el keynesianismo fue incapaz de resolver el problema de la estanflación (estancamiento y creciente desempleo con inflación), porque para atacar el desempleo se requiere más gasto público, pero para atacar la inflación se requiere menos.

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DS pasa a analizar la causa real, profunda, de la crisis. Para ello introduce una gráfica estilizada que he reproducido aquí. Después de la Segunda Guerra Mundial y durante treinta años (la edad de oro del capitalismo) la productividad del trabajo en Estados Unidos creció sostenidamente y los salarios reales subieron a un ritmo similar; después de 1975, sin embargo, los salarios reales dejaron de crecer a pesar de que la productividad del trabajo siguió creciendo rápidamente, con lo cual la brecha entre lo que produce cada trabajador y lo que se le paga (la plusvalía, diría Marx) se amplió más y más. Esta brecha, añade, haría pensar que el capitalismo entró en una crisis permanente de sobreproducción, al haber demasiada producción con relación al poder de compra. Pero el capitalismo, añade, logró que la gente, a pesar de los estancados salarios reales, siguiera comprando más y más mediante el endeudamiento. Dice nuestro autor: “La clase capitalista, en lugar de aumentar los salarios de los trabajadores para que pudieran comprar los bienes producidos, les prestaban dinero”. Pero este juego, añade, tenía que llegar a un fin: los sobrendeudados consumidores empezaron a dejar de pagar sus deudas. Y estalló la crisis.

Señala que contra la crisis se están intentando soluciones keynesianas, pero la experiencia de la gran depresión de los años 30 mostró que no son suficientes, pues a pesar del Nuevo Trato de Roosevelt Estados Unidos sólo salió de la gran depresión con la movilización para la guerra. Pero ahora, dice, no va haber una tercera guerra mundial y el aumento posible en el gasto militar es muy limitado. Se podría añadir que el estancamiento de Japón en los años 90, apunta a la ineficacia de los instrumentos de política disponibles para sacar a las economías de la crisis. Al introducir la crisis ecológica que se asocia al crecimiento galopante, el argumento de quienes proponen recuperar el crecimiento capitalista se ve, obligadamente, matizado con la idea de que ahora éste se basaría en tecnologías verdes. En opinión de DS, éste es un cuento de hadas, pues:

Requerimos cambiar nuestra economía para que su salud no dependa del siempre creciente consumo de las naciones ricas, consumo que, de cualquier modo, no hace felices a quienes vivimos en dichas naciones. Así que estamos arrinconados. Los preocupados por el creciente desempleo presionan para gastar, gastar, gastar, mientras los ecologistas denuncian que nuestra adicción al consumo está matando al planeta. Ambos tienen razón.

Por tanto, puesto que uno de los rasgos esenciales del capitalismo es que sólo puede funcionar bien con crecimiento galopante, no queda más que preguntarse si otro mundo es posible, lo cual aborda DS con gran conocimiento de causa, pues ha dedicado casi toda su vida profesional a pensar en la sociedad después del capitalismo, particularmente en sus libros Against capitalism (1993) y After capitalism (2002). Su propuesta se centra en lo que llama democracia económica y sostiene que ésta está en el horizonte. La democracia económica sería una formación social que estaría más allá del capitalismo, sería mucho más democrática que la actual y podría funcionar bien con o sin crecimiento de la producción. DS parte de lo que sabemos a la luz de los experimentos económicos del último siglo: a) Sabemos que los mercados competitivos son esenciales para el buen funcionamiento de una economía desarrollada y compleja; ésta es la lección negativa de los experimentos socialistas del siglo XX los cuales mostraron que la planificación no puede reemplazar totalmente a los mercados. b) Sabemos que se requiere algún tipo de regulación de los flujos de inversión para el desarrollo racional, estable y sustentable; ésta es la lección negativa de los experimentos neoliberales de los últimos treinta años. c) Sabemos que las empresas pueden ser manejadas democráticamente con pérdidas de eficiencia muy pequeñas o nulas y, en algunos casos, con aumentos de ella y casi siempre con considerable ganancia en la seguridad del empleo. Ésta es una lección positiva de muchos experimentos recientes en formas alternativas de organización del lugar de trabajo. Hay miles de empresas exitosas administradas por trabajadores en todo el mundo que han sido estudiadas y, hasta donde estoy enterado, dice DS, no existe ningún estudio que muestre que el modelo autoritario (capitalista) es superior al democrático.

Con estas premisas, el modelo que propone DS tiene tres componentes: a) Mercados de bienes y servicios, esencialmente iguales a los del capitalismo, pero que no incluyen mercados de trabajo ni de capital, y que están regulados para proteger la salud y la seguridad de consumidores y productores. b) Democracia en el lugar de trabajo, que remplaza la institución del trabajo asalariado; las empresas se conciben como comunidades; no como mercancías. El consejo de los trabajadores, órgano electo por los trabajadores (cada persona un voto), nombra a la gerencia a la que se otorga un importante grado de autonomía, con la obligación de rendir cuentas, los trabajadores no reciben un salario sino participan en las ganancias de la empresa. c) Control democrático de la inversión, que remplaza a los mercados financieros. Los fondos de inversión provienen de los impuestos a los acervos de capital de las empresas, que se reinvierten a través de bancos públicos. La planificación inteligente de la inversión, señala, es posible. A estos tres puntos esenciales, DS añade otros dos: uno para asegurar el pleno empleo, actuando el gobierno como empleador de última instancia, y otro para dejar un espacio en el que prospere la capacidad emprendedora. Muy interesante propuesta que tiene sentido como un todo. Tiene muchos puntos polémicos, pero los interesados en el futuro de la humanidad debemos tratarla con toda seriedad, junto con otras visiones de futuros socialistas. DS concluye diciendo con Friedman: “Tenemos que desarrollar alternativas, mantenerlas vivas y disponibles hasta que lo políticamente imposible se convierta en lo políticamente inevitable”.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Miedo

Denise Dresser

“El rey Enrique: Es cierto que estamos en grave peligro; por ello más grande aún debe ser nuestro valor.” Shakespeare, Enrique V

MÉXICO, D.F., 12 de octubre.- Felipe Calderón imprudente. Felipe Calderón obsesivo. Felipe Calderón tan atado psicológicamente a Andrés Manuel López Obrador que desentierra la frase con la cual polarizó al país. “Un peligro para México”, reitera con orgullo. “La política del rencor y del resentimiento que siembra”, reclama quien ahora demuestra lo que antes denunció. El presidente de México vanagloriándose de la división que le achaca a su adversario pero de la cual también es responsable. Cuatro años después de la elección y AMLO parece preocuparle más que el inminente regreso del PRI. Cuatro años después de un proceso agitado que insiste en revivir, Felipe Calderón vuelve a centrar la mirada en el lugar equivocado. En el miedo que despierta un hombre y no en las condiciones que lo produjeron. En el miedo que México debe tenerle al Mesías tropical y no en los problemas persistentes que propician su permanencia.

Porque el miedo que Felipe Calderón le tiene a Andrés Manuel López Obrador es el mismo que comparten tantos mexicanos más; los que prefieren odiar a un personaje antes que mirar al país que lo parió. Es el miedo a ese país de pobres, de “nacos”, de indígenas, de desarrapados. Miedo a quienes viven parados en los camellones vendiendo chicles o subsisten en el campo cultivando maíz. Miedo a los mineros enojados y a los cañeros sublevados. Miedo a los resentidos y a los marginados. Miedo a mirar la realidad del subdesarrollo detrás de la retórica de la modernidad. Miedo a la verdad y a nosotros mismos. Miedo a mirar al país tal y como es. Detrás de los mitos. Detrás de las cercas electrificadas y los muros infranqueables. Detrás de la hipocresía fundacional en un país profunda y dolorosamente desigual.

A México le urge tener miedo, pero no a un político controvertido. A México le urge el miedo necesario que nace de la honestidad desplegada ante el “país de mentiras”, como lo bautizó Sara Sefchovich. El miedo que surge frente a la brecha entre lo que se dice y lo que es; entre el discurso del poder y la realidad del poder. El miedo que emerge cuando se descubre que la mentira constituye la esencia de la vida política mexicana y además es indispensable para gobernar. El miedo a reconocer los engaños para consumo interno que la clase política usa todos los días: el discurso que asegura que “el Senado de la República trabaja para ti” y que los indios son nuestros iguales y que el gobierno busca la justicia social y que la educación es una prioridad y que la economía está sana y sólida y que vamos ganando la guerra contra el crimen organizado, siendo que nada de esto es así.

Y esas grandes mentiras impiden colocar un espejo frente a los ojos del país y frente a quienes han permitido que sea como es hoy. Un lugar rico con muchos pobres. Un lugar con más multimillonarios que Suiza, según la lista más reciente de la revista Forbes. Donde gran parte de las fortunas han sido acumuladas en sectores con poca o ninguna competencia y protegidos por el gobierno. Donde Televisa regularmente obtiene todo lo que quiere y a precio de ganga. Donde, según un estudio reciente de la ONG Fundar, siete de cada 10 mexicanos padecen un abuso de autoridad cada vez que pisan un Ministerio Público. Donde el 94% de los delitos no son resueltos. Donde el 40% de las mujeres dicen haber padecido la violencia doméstica. Donde no hay siquiera “responsables” de la tragedia de la guardería ABC. Donde 17 millones de personas viven en pobreza extrema. Datos duros de un país donde la vida es difícil para la mayoría de quienes sobreviven en él.

Eso es lo que debería provocar miedo. Eso es lo que debería producir temor. Eso es lo que los mexicanos deberían combatir y cuestionar y odiar y recordarle a Felipe Calderón y a los precandidatos presidenciales, todos los días a toda hora. Hay demasiados mexicanos para los cuales el país no funciona. Hay demasiados mexicanos para quienes más de lo mismo durante el gobierno de Felipe Calderón ha significado peor de lo mismo. Hay demasiados mexicanos que desean una transformación a fondo del país que los ha excluido o maltratado o ignorado. Y también hay demasiados mexicanos que no lo entienden, para los cuales el país no va tan mal. Porque los privilegiados viven muy bien, aunque sea detrás de muros cada vez más elevados, con escoltas cada vez mas armadas, con séquitos de seguridad cada vez más grandes. Aunque sea con miedo.

Y de allí las siguientes preguntas: ¿Qué es y ha sido más peligroso para México, López Obrador o un sistema socioeconómico que concentra la riqueza y no quiere distribuirla de manera más justa? ¿López Obrador o élites políticas, sociales y empresariales satisfechas con las tajadas que se sirven? ¿López Obrador o partidos políticos que no representan a la población ni rinden cuentas ante ella? ¿López Obrador o la corrupción política que corroe la confianza en las instituciones? ¿López Obrador o políticos sentados en largas mesas con manteles de fieltro que llegan a grandes acuerdos para que poco cambie? El odio feroz a AMLO ata a su crítico principal –Felipe Calderón– a un adversario falso. El verdadero peligro para México no es un hombre, sino la resistencia de tantos a compartir el país y gobernarlo mejor. Y el miedo necesario que los mexicanos deberían compartir es la posibilidad de que México siga siendo así.