lunes, 23 de marzo de 2009

¿Por qué el socialismo?

Texto aparecido en Monthly Review, en mayo de 1949
Monthly Review / Rebelión

¿Es admisible que una persona no versada en acontecimientos económicos y sociales opine sobre el tema del socialismo?

Abordemos primero esta pregunta desde el punto de vista del conocimiento científico. Podría parecer que no, existieran diferencias metodológicas esenciales entre la astronomía y la economía: el objetivo de los científicos es en ambos campos, descubrir leyes de validez universal para un grupo delimitado de fenómenos, a fin de mostrar, lo más claramente posible, su interrelación. Pero es indiscutible la existencia de tal tipo de diferencias metodológicas. No resulta fácil descubrir leyes generales en el campo de la economía dado que los fenómenos económicos observables están a menudo influidos por diversos factores que es muy difícil evaluar por separado. Por otra parte, la experiencia acumulada desde los comienzos del llamado "período civilizado de la historia humana", como bien se sabe, ha sido siempre ampliamente influida y condicionada por causas que en modo alguno son de naturaleza exclusivamente económica. Por ejemplo, a lo largo de la historia, la mayoría de los principales estados fueron a su turno conquistados. Los pueblos invasores se establecieron en el país dominado, como clases legal y económicamente privilegiadas. Monopolizaron la propiedad de la tierra y designaron un clero que surgía de sus propias filas, el que asumió el control de la educación convirtiendo la división clasista de la sociedad en una institución permanente, y creó un sistema de valores a través del cual puede guiarse, en gran medida inconscientemente, la conducta social de los hombres.

Sin embargo la tradición histórica pertenece, por así decirlo, al pasado; en ninguna parte se superó realmente lo que Thorstein Veblen denominaba la fase depredatoria" del desarrollo humano. Los hechos económicos observables corresponden a esta fase, las leyes que pueden inferirse de los mismos ni son verificables ni válidas, aun en otras fases. Puesto que el verdadero objetivo del socialismo consiste, precisamente, en superar la fase depredatoria del desarrollo humano, es poca la luz que la ciencia económica puede arrojar en su estado actual sobre la futura sociedad socialista.

En segundo término, el socialismo tiene una finalidad ético-social. La ciencia, sin embargo, no puede establecer objetivos finales y, menos aún, inculcárselos a los seres humanos; a lo sumo puede proporcionar los medios para obtener determinados fines. Pero los fines mismos son concebidos por personalidades de elevados ideales éticos; si éstos no son prematuros y endebles sino fuertes y vitales, serán adoptados y llevados hacia delante por los hombres, quienes semiinconscientemente determinan la lenta evolución de la sociedad.

Por estas razones deberíamos guardarnos de sobre estimar la ciencia y los métodos científicos en relación a problemas humanos y de suponer que los expertos son los únicos que tienen derecho a expresarse respecto de cuestiones que afectan a la organización de la sociedad.

De un tiempo a esta parte se acepta corrientemente que la sociedad humana atraviesa una grave crisis, que su estabilidad ha sido profundamente resquebrajada. Es característico de situaciones como ésta, que los individuos se sientan indiferentes, y aún hostiles, hacia el grupo, grande o pequeño, al cual pertenecen. Permítaseme registrar aquí, a modo de ejemplo, una experiencia personal. Recientemente discutí, con una persona bien formada e inteligente, acerca de la amenaza de una nueva guerra, la que, según mi opinión haría peligrar seriamente la existencia de la humanidad; y sostuve que sólo una organización supra-nacional podría ofrecer protección frente al peligro. Mi interlocutor respondió de manera muy tranquila y directa: " ¿Por qué se opone usted tan decididamente a la desaparición de la raza humana?". Estoy convencido que cien años atrás nadie hubiera podido replicar con tanta ligereza. Se trata de la expresión de un hombre que se ha debatido en vano por lograr algún tipo de equilibrio interno y que casi ha perdido toda esperanza de obtenerlo. Refleja la dolorosa soledad y aislamiento que tantas personas padecen en la actualidad. ¿Cual es la causa?

¿Existe una salida? Es fácil plantear preguntas de esta índole, pero difícil responder a ellas con algún grado de seguridad. Debo, empero, intentar hacerlo del mejor modo posible, aunque soy muy consciente del hecho que nuestros sentimientos e impulsos a menudo son contradictorios y oscuros, y que no pueden ser expresados en fórmulas simples y terminantes.

La doble naturaleza del hombre

El hombre es, simultáneamente, un ser solitario y social. En tanto solitario trata de proteger su propia existencia y la de quienes están cerca suyo, a fin de satisfacer sus necesidades personales y desarrollar sus aptitudes.

Como ser social, procura merecer el reconocimiento y afecto de sus compañeros, compartir sus alegrías, conformarlos en su sentimiento y mejorar sus condiciones de vida. Sólo la existencia de estas alternativas, frecuentemente conflictuadas, explican el carácter propio de los hombres; su particular combinación determina el grado en que un individuo puede lograr el equilibrio interno y contribuir al bienestar de la sociedad. Es muy posible que en lo fundamental sea la herencia la que determina la fuerza relativa de ambas tendencias. Pero la personalidad que finalmente emerge resulta, en gran medida, de la influencia del medio ambiente en el que el hombre se desarrolla, de la estructura social en la que se desenvuelve, de la tradición de esa sociedad y de la evaluación que ella haga de los tipos particulares de conducta. El concepto abstracto de "sociedad" significa, para el individuo humano, la suma total de sus relaciones directas e indirectas con sus contemporáneos y con sus antepasados. El hombre es capaz de pensar, sentir, luchar y trabajar por sí mismo; depende, empero, tanto de la sociedad -en los aspectos físicos, intelectuales y emocionales- que resulta imposible pensar en él, o intentar comprenderle, fuera del marco de la sociedad. Es la "sociedad" la que proporciona al hombre el alimento, el vestido, la vivienda, los instrumentos de trabajo, el lenguaje, las formas y gran parte del contenido del pensamiento; su vida resulta posible por el trabajo y las realizaciones de millones de hombres del pasado y del presente que es lo implicado por el insignificante término de "sociedad".

Es evidente, pues, que la dependencia del individuo humano respecto de la sociedad es un hecho innegable. Como lo es también a la hormiga y la abeja respecto del hormiguero y la colmena. Sin embargo, mientras que todo el proceso vital de hormigas y abejas obedece, hasta en el más mínimo detalle, a instintos rígidos y hereditarios, las normas sociales y las interrelaciones de los seres humanos son muy variables y susceptibles de modificaciones. Tanto la memoria como la aptitud para organizar nuevas experiencias y la propiedad de la comunicación oral, hicieron posible que en un desarrollo, los seres humanos trascendieran el plano de las necesidades estrictamente biológicas. Dicho desarrollo se manifiesta en tradiciones, instituciones y organizaciones; en literatura; en realizaciones científicas y técnicas; en obras de arte. Esto explica cómo, en cierto sentido, el hombre puede influir sobre su propia vida a través de su conducta, y que, en este proceso, el pensamiento consciente y la voluntad desempeña un papel.

El hombre hereda al nacer, una constitución biológica que debemos considerar fija e inalterable y que incluye los impulsos naturales característicos de la especie humana. A ella se suma en el curso de su vida, una estructura cultural que el hombre adopta de la sociedad a través de la comunicación, y otras vías de influencia. Esta estructura cultural, sujeta a modificaciones a través del tiempo, condiciona, en gran medida, la relación hombre-sociedad

Sobre la base de investigaciones comparativas de las llamadas culturas primitivas, la antropología moderna nos han enseñado que la conducta social de los seres humanos puede diferir enormemente, según sean las pautas de cultura prevalecientes y los tipos de organización que predominan en la sociedad. En esto se basan quienes luchan por mejorar el curso de la historia humana. La constitución biológica no condena a los hombres a un destino cruel que en realidad ellos se autoinfligen, ni a su mutua aniquilación.

Quien se pregunte cómo podría cambiarse la estructura de la sociedad y las actitudes culturales del hombre, a fin de transformar la vida humana, debe ser consciente del hecho que existen condiciones que no es posible modificar. Como ya se dijo, la naturaleza biológica del hombre es inmodificable, cualquiera sea el fin que los hombres persiguen. Por otra parte, el desarrollo tecnológico y demográfico de los últimos siglos ha creado de modo definitivo ciertas condiciones. Tratándose de poblaciones relativamente densas, que se autoabastecen de los bienes indispensables para su subsistencia son imprescindibles una minuciosa división del trabajo y un aparato productivo estrictamente centralizado. La época en que individuos o pequeños grupos podían autoabastecerse y que muchos conciben idílica, ha desaparecido definitivamente. Pero en cambio es apenas exagerado el sostener que la humanidad constituye todavía una comunidad planetaria de producción y consumo.

Alcanzado este punto creo oportuno señalar, brevemente, lo que para mí constituye la esencia de la crisis de nuestro tiempo: la relación individuo-sociedad. Jamás se tuvo tanta conciencia como hoy acerca de la dependencia del hombre respecto de la sociedad. Dependencia que él no experimenta positivamente, como un lazo orgánico, o una fuerza protectora, sino como una amenaza a sus derechos naturales, y aun a su existencia económica. Su posición en la sociedad es tal, que constantemente son acentuados los impulsos egoístas de su personalidad mientras que los impulsos sociales, más débiles por naturaleza, son progresivamente deteriorados. Todos los seres humanos, cualquiera sea su posición en la sociedad, sufren este proceso de deterioro. Inconscientemente, prisioneros de su propio egoísmo, se sienten inseguros, solos y despojados de la ingenua y sencilla alegría de vivir. Sólo consagrándose a la sociedad puede el hombre hallar sentido a su corta y arriesgada existencia.

El origen del mal

A mi modo de ver, la verdadera fuente del mal reside en la anarquía económica de la sociedad capitalista actual. Así, presenciamos una gran comunidad de productores cuyos miembros luchan infatigablemente por despojarse mutuamente de los frutos de su trabajo colectivo, no por la fuerza sino por la fiel complicidad con el orden legal establecido. En este sentido, es importante comprender que los medios de producción -es decir la capacidad productiva total requerida para producir bienes de consumo, así como bienes de capital- pueden ser legalmente, y en su mayoría lo son, propiedad privada de individuos.

Por razones de claridad en la discusión que sigue, denominaré "obreros" a todos aquellos que no comparten la propiedad sobre los medios de producción, pese a que esta acepción no responde al uso habitual de la palabra. El propietario de los medios de producción ocupa una posición que le permite comprar la fuerza de trabajo del obrero. Utilizando los medios de producción el obrero produce otros bienes que, a su vez, se convierten en propiedad del capitalista. Lo esencial de este proceso reside en la relación existente entre lo producido por el obrero y el salario que recibe, medidos uno y otro en términos de valor real. Mientras que el contrato de trabajo es libre el salario del obrero se determina no por el valor real de los bienes que produce, sino en función de sus necesidades mínimas y por la relación entre la demanda de fuerza de trabajo por los capitalistas y la cantidad de obreros que compiten en encontrarlo. Es necesario advertir que ni siquiera en teoría el salario del obrero está determinado por el valor de su producto.

El capital privado tiende a concentrarse en pocas manos, en parte merced a la competencia misma de los capitalistas, y en parte porque el desarrollo tecnológico y la creciente división del trabajo estipulan la formación de unidades de producción mayores a expensas de las pequeñas. De este desarrollo resulta una oligarquía de capitales privados cuyo inmenso poder no puede ser eficazmente controlado ni siquiera mediante una sociedad democráticamente organizada. Esto es válido desde que los miembros de los cuerpos legislativos son seleccionados por partidos políticos ampliamente financiados o bien influidos éstos, a su vez, por capitalistas privados, quienes en aras de sus objetivos particulares separan el electorado del cuerpo legislativo. De aquí que, en realidad, los representantes del pueblo no protejan suficientemente los intereses de los sectores no privilegiados de la población. Bajo estas condiciones es inevitable que los capitalistas privados incluso controlen, en forma directa o indirecta, las principales fuentes de información (prensa, radio,. educación). Es, pues tremendamente difícil, y en muchos casos realmente imposible, para el ciudadano, llegar a conclusiones objetivas y hacer uso inteligente de sus derechos políticos. De este modo, caracterizan la situación predominante de una economía basada sobre la propiedad privada del capital, dos principios fundamentales: primero, los medios de producción (capital) son de propiedad privada y los propietarios pueden disponer de ellos a su conveniencia; segundo, el contrato de trabajo es libre. Por supuesto, no existe una sociedad puramente capitalista en este sentido. En particular es preciso señalar que tras largas y amargas luchas políticas llevadas a cabo por la clase obrera, ciertas categorías de obreros han obtenido algunas "mejoras" sobre el contrato de trabajo libre. En su conjunto, sin embargo, la economía actual no difiere mayormente de la forma "pura" de capitalismo.

No es la utilidad social sino la ganancia la que motiva la producción. El "ejército de desocupados" es una variable constante de este sistema, que no prevé fuentes seguras y permanentes de trabajo para todos aquellos hombres capaces y dispuestos a trabajar. El obrero se halla bajo la constante amenaza de perder su trabajo. Puesto que los desocupados, así como los obreros de salarios bajos no proporcionan un mercado amplio, la producción de bienes de consumo es reducida, determinando las consiguientes privaciones y penurias. Con frecuencia, el progreso tecnológico conduce no a la disminución del esfuerzo productivo sino a la desocupación. De la motivación capitalista dominante (el beneficio) y la competencia entre capitalistas, resulta la inestabilidad en la acumulación y utilización del capital, lo que a su vez provoca crecientes depresiones. La competencia ilimitada desperdicia enormes cantidades de trabajo y deforma la conciencia social de los individuos.

Considero que esta mutilación del hombre es el peor defecto del capitalismo. Todo nuestro sistema educacional padece este mal. Se promueve en el estudiante una actitud exageradamente competitiva induciéndolo a sobre valorar la capacidad adquisitiva y a hacer de ésta su objetivo.

Estoy convencido que sólo existe una manera de eliminar estos graves males: fundamentalmente mediante la constitución de una economía socialista, acompañada de un sistema educativo orientado por objetivos sociales. En una economía de este tipo, la misma sociedad es propietaria de los medios de producción y los utiliza de manera planificada. Una economía planificada, que ajustara la producción a las necesidades de la comunidad, distribuirá el trabajo necesario entre todos los que fueran aptos para trabajar y garantizaría la subsistencia a cada hombre, mujer o niño; la educación del individuo intentaría promover en él, tanto el desarrollo de sus aptitudes como el sentido de la responsabilidad hacia sus congéneres, en lugar de glorificar el poder y el éxito por sí mismos, como hace nuestra sociedad actual.

Sin embargo, conviene recordar que economía planificada no es sinónimo de socialismo. La esclavización del individuo puede ser simultánea a la existencia de una economía planificada. La realización del socialismo requiere la solución de algunos problemas socio-políticos estrechamente difíciles: ¿Cómo evitar que la burocracia se convierta en una fuerza todopoderosa y arrogante, basada en una alta centralización del poder político y económico? ¿Cómo asegurar los derechos del individuo y oponer así un firme contrapeso democrático al poder de la burocracia? En nuestra época de transición resulta de fundamental importancia comprender con claridad los objetivos y problemas del socialismo. Considerando que en las actuales circunstancias la discusión libre e incondicional ha devenido en tabú, estimo que la publicación de esta revista es una importante contribución al progreso de la sociedad.

jueves, 19 de marzo de 2009

La teología de la liberación se propaga, pese al veto del Vaticano

19-03-2009
Leonardo Boff IPS

Desde sus inicios a fines de los años 60, la Teología de la Liberación adoptó una perspectiva global, enfocada en la condición de los pobres y oprimidos en el mundo entero, víctimas de un sistema que vive de la explotación del trabajo y de la depredación de la naturaleza.

Este sistema explota a las clases trabajadoras y a las naciones más débiles. Y además reprime a los que oprimen y por lo tanto contrarían sus propios sentimientos humanitarios. En una palabra, todos deben ser liberados de un sistema que perdura desde al menos tres siglos y ha sido impuesto en todo el planeta.

La Teología de la Liberación es la primera teología moderna que ha asumido este objetivo global: pensar el destino de la humanidad desde la condición de las víctimas. En consecuencia, su primera opción es comprometerse con los pobres, la vida y la libertad para todos. Surgió en la periferia de las Iglesias centrales, no en los centros metropolitanos del pensamiento consagrado. Por ese origen ha sido siempre considerada con sospecha por los teólogos académicos y principalmente por las burocracias eclesiásticas y la de la Iglesia más importante, la romano-católica.

De su cuna en Latinoamérica la Teología de la Liberación pasó a África, se extendió a Asia y también a sectores del primer mundo identificados con los derechos humanos y la solidaridad hacia los desposeídos. La pobreza entendida como opresión revela muchos rostros: el de los indígenas que desde su sabiduría ancestral concibieron una fecunda teología de liberación indígena, la teología negra de la liberación que resiente las marcas dolorosas dejadas en las naciones que fueron esclavistas, el de las mujeres sometidas desde la era neolítica a la dominación patriarcal, la de los obreros utilizados como combustible de la maquinaria productiva. A cada opresión concreta corresponde una liberación concreta.

La cuestión teológica de base que hasta ahora no acabamos de responder es: ¿cómo anunciar creíblemente un Dios que es un Padre bondadoso en un mundo atestado de miserables? Sólo tiene sentido si implica la transformación de este mundo, de manera que los miserables dejen de gritar. Para que un cambio semejante tenga lugar ellos mismos tienen que tomar conciencia, organizarse y comenzar una práctica política de transformación y liberación social. Como en gran mayoría los pobres en nuestros países eran cristianos, se trataba de hacer de la fe un factor de liberación. Las Iglesias que se sienten herederas de Jesús, que fue un pobre y que no murió de viejo sino en la cruz como consecuencia de su compromiso con Dios y con su justicia, serían las aliadas naturales de este movimiento de cristianos pobres.

Este apoyo se ha verificado en muchas iglesias en las que ha habido obispos y cardenales proféticos como Helder Camara y Paulo Evaristo Arns en Brasil, Arnulfo Romero en El Salvador y muchos otros, así como numerosos sacerdotes, religiosos y religiosas y laicos comprometidos políticamente.

En razón de su causa universal ya a inicios de los años 70 la Teología de la Liberación era un movimiento internacional y convocaba verdaderos foros teológicos mundiales. Se estableció un consejo editorial integrado por más de cien teólogos latinoamericanos para compilar una sistematización teológica desde la perspectiva de la liberación en 53 tomos. Ya se habían publicado 13 tomos cuando el Vaticano intervino para hacer abortar el proyecto. El entonces cardenal Joseph Ratzinger fue riguroso. Cortó de raíz un trabajo promisor y benéfico para todas las iglesias periféricas y especialmente para los pobres. Pasará a la historia como el cardenal -y después Papa- enemigo de la inteligencia de los pobres.

La Teología de la Liberación creó una cultura política. Ayudó a formar organizaciones sociales como el Movimiento de los Sin Tierra, la Pastoral Indígena, el Movimiento Negro y fue fundamental en la creación del Partido de los Trabajadores en Brasil cuyo líder, el Presidente Lula siempre se reconoció en la Teología de la Liberación.

Hoy en día esta teología ha trascendido los límites confesionales de las Iglesias y se ha convertido en una fuerza político-social. Además de Lula se identifican públicamente con la Teología de la Liberación el Presidente Rafael Correa del Ecuador, el Presidente de Paraguay y ex obispo Fernando Lugo, el Presidente Daniel Ortega de Nicaragua, el Presidente Hugo Chávez de Venezuela y el actual Presidente de la Asamblea de las Naciones Unidas, el sacerdote nicaraguense Miguel de Escoto. Su fuerza mayor no reside en las cátedras de los teólogos sino en las innumerables comunidades eclesiásticas de base (sólo en Brasil existen cerca de cien mil), en los millares y millares de círculos en los que se lee la Biblia en el contexto de la opresión social y en las llamadas pastorales sociales.

Roma incurre en la profunda ilusión de creer que con sus documentos doctrinarios emitidos por burocracias frías y distantes de la vida concreta de los fieles conseguirá frenar la Teología de la Liberación. Ella nació oyendo el grito de los pobres y hoy la conmueve el grito de la Tierra. Mientras los pobres continúen lamentándose y la Tierra gimiendo bajo la virulencia productivista y consumista, habrá mil razones para sentir el llamado de una interpretación libertaria y revolucionaria de los evangelios. La Teología de la Liberación es la respuesta a una realidad injusta y salva a la Iglesia central de su alienación y de un cierto cinismo. (FIN/COPYRIGHT IPS)

(*) Leonardo Boff, teólogo de la liberación brasileño y coautor de la Carta de la Tierra.

lunes, 16 de marzo de 2009

Gracias al PRI

Por DENISE DRESSER / Proceso 1687, 1 de marzo de 2009

Cada vez que Beatriz Paredes abre la boca es para vanagloriarse de lo que el PRI ha hecho por México. Gracias al PRI hay estabilidad política, dice. Gracias al PRI no hay polarización, insiste. Gracias al PRI el país no se ha hundido aún más ante el fracaso de los panistas, repite. La lideresa recorre la República buscando palmadas en la espalda mientras pide regresar al poder a un partido responsable de sus peores vicios. La priista denuncia la ineficacia y la inexperiencia de diversos funcionarios panistas incapaces de limpiar el tiradero que su partido dejó tras de sí. Hay mucho de paradójico en su proceder porque existe otra lista de cosas vinculadas con el PRI que valdría la pena recordar.

Pueden leer el artículo completo, haciendo click aqui o visitando el sitio http://www.proceso.com.mx/opinion_articulo.php?articulo=66778

Izquierda salvadoreña proclama victoria

BBC Mundo, Lunes, 16 de marzo de 2009 - 03:26 GMT

por Eric Lemus

San Salvador
Con más del 90% de los votos escrutados, el candidato del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), Mauricio Funes, se proclamó presidente electo de El Salvador tras los comicios del domingo. "Me convierto sin lugar a dudas, con los datos escrutados hasta el momento, y dados a conocer por el Tribunal Supremo Elecotoral (TSE), como el presidente electo de El Salvador", señaló Funes mientras se escuchaban los gritos de alegría de sus partidarios. La formula presidencial y mi partido, el FMLN, le han demostrado al mundo entero que El Salvador está preparado para la alternancia gubernamental

"Esta es la noche más feliz de mi vida, y quiero que sea también la noche de la más grande esperanza en El Salvador", dijo Funes en su discurso de victoria ante los gritos de alegría de sus seguidores.

Según el último informe preliminar del Tribunal Supremo Electoral (TSE), el candidato izquierdista obtuvo 1.231.755 votos, (51,27%), mientras que su contendiente, Rodrigo Ávila, de Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), logró 1.170.780 votos (48,73%). Funes resaltó el carácter histórico de su victoria, como representante de una organización ex guerrillera que se convirtió en partido político tras la firma de los Acuerdos de Paz, en 1992, que puso fin a 12 años de guerra civil. "Por primera vez llegan a la presidencia y vicepresidencia los candidatos postulados por un partido de izquierda (...) Con ese fundamento también le daremos un sentido nuevo a la gestión presidencial", agregó.

sábado, 14 de marzo de 2009

¿Está México desintegrándose?

by David Rieff David Rieff / Project Syndicate

CUIDAD DE MÉXICO – Poco antes de las elecciones estadounidenses de noviembre pasado, el entonces candidato a vicepresidente Joe Biden fue ampliamente criticado por predecir que, con casi total certeza, la administración Obama sería sometida a prueba por lo que dijo que sería una crisis internacional “generada”, muy a la manera como la Unión Soviética "probó" a John. F. Kennedy cuando asumió el cargo. Biden no apuntó a una región específica del mundo, pero mencionó el Oriente Próximo, el subcontinente indio y Rusia como las áreas problemáticas más probables.

Hayan sido poco atinadas o no en lo político, las angustias de Biden parecen haber dado cuenta de varias de las primeras decisiones de política exterior de la administración, como los gestos conciliatorios del propio Biden hacia Rusia en la reciente Conferencia de Seguridad de Munich, y el nombramiento de Richard Holbrooke por parte de Barack Obama como enviado especial para Pakistán y Afganistán y el de George Mitchell en un puesto similar para Israel y Palestina.

Sin embargo, con todo lo urgentes que puedan ser los problemas de Oriente Próximo, el sur de Asia y Rusia (así como Irán y Corea del Norte), otra crisis mucho más cercana a casa podría representar tantos peligros como un Irán nuclear, una Rusia con nuevos y agresivos bríos, o incluso un Pakistán dominado por los islamistas.

Esa crisis ocurre en México, que se encuentra en caída libre, con sus instituciones estatales amenazadas como no lo habían estado desde al menos la Guerra de los Cristeros a fines de los años 20, y posiblemente desde la Revolución Mexicana de 1910. Si bien es obvio que la administración Obama está consciente de lo que pasa al sur del Río Grande, la amenaza simplemente no llama la atención que exige su gravedad.

La crisis consiste en nada menos que un esfuerzo de los principales carteles de la droga por poner de rodillas al estado mexicano, y no sólo a la franja fronteriza con los Estados Unidos, aunque allí está el epicentro de la crisis. Sin embargo, a través de una política del terror que se extiende desde Oaxaca en el sur hasta Acapulco en costa del Pacífico y las grandes ciudades fronterizas de Tijuana y Juárez (sexta y séptima ciudades más pobladas de México, respectivamente), han dejado muy claro que están intentando lograr la impunidad.

El único paralelo reciente en América Latina fue un intento similar hace quince años por parte de los carteles colombianos de la droga. Ese golpe encubierto fracasó –apenas- y no hay garantías de que el resultado sea similar esta vez en México.

Periodistas con larga experiencia en zonas de guerra afirman haber estado más preocupados de su seguridad en la frontera mexicana que en Bosnia, Afganistán o Irak, aunque gran parte de la violencia se centre en luchas intestinas. De las miles de personas que han sido asesinadas, con frecuenta tras haber sido horriblemente torturadas, la mayoría –si no todas- han sido miembros de los carteles de la droga y sus familias.

Sin embargo, la campaña de asesinato selectivo de cualquier autoridad mexicana que parezca representar una amenaza seria a los carteles del narcotráfico es lo que hace tan grave esta crisis. Primeramente, en mayo de 2007 los carteles asesinaron a José Nemesio Lugo Félix, coordinador general de información del Centro Nacional de Planeación, Análisis e Información para el Combate a la Delincuencia. Poco tiempo después, un sicario asesinó a Edgar Milán Gómez, la autoridad policial de mayor rango en México.

En noviembre de 2008, un avión en el que viajaba Juan Camilo Mouriño, secretario de Gobernación de México, se estrelló en misteriosas circunstancias. Y hace muy poco, el General retirado Mauro Enrique Tello Quiñones, uno de los oficiales más condecorados del ejército mexicano, fue secuestrado, torturado y asesinado menos de una semana después de asumir un nuevo cargo como jefe antidrogas de la ciudad balneario de Cancún.

A pesar de todo lo que se suele decir de la boca para afuera en cuanto a las relaciones con México (y, de hecho, con América Latina en términos más generales) desde los tiempos de Franklin D. Roosevelt a Obama, la verdad es que lo que ocurre en México siempre ha tenido poca incidencia en los presidentes estadounidenses. No hay duda de que la inmigración ilegal es un problema importante, así como el narcotráfico, pero el gobierno estadounidense siempre los ha considerado como problemas más bien nacionales que como preocupaciones esenciales de su política exterior.

No deja de ser emblemático el que, si bien Obama ya ha recibido al Presidente mexicano Felipe Calderón, sólo hace poco la Casa Blanca haya anunciado que uno de sus primeros viajes al extranjero será a México. Y a la nueva Secretaria de Estado Hillary Clinton no se le preguntó casi nada acerca de México en su audiencia de confirmación, y que ella no haya puesto énfasis en sus relaciones con el vecino del sur en su propia declaración ni en las que ha hecho tras asumir el cargo.

De hecho, en los Estados Unidos se parte del supuesto que la política de México acerca de la inmigración ilegal y las drogas será prerrogativa de la nueva secretaria de Seguridad Interior, Janet Napolitano (que fue gobernadora de un estado fronterizo). Mientras tanto, los departamentos del Tesoro y Comercio manejarán la política comercial acerca del Acuerdo Norteamericano de Libre Comercio.

Esta es la manera en que, por décadas, se ha manejado la relación con México. Y, con todo lo ofensivas que hayan sido para las susceptibilidades mexicanas -y dañinas para encontrar soluciones de largo plazo al dilema de la inmigración hacia el país del norte- estas actitudes complacientes nunca habían significado un peligro tan claro y acuciante como el que representan en la actualidad.

viernes, 6 de marzo de 2009

Mis pimpollos y sus pimpollas

No pudimos sacar una foto familiar en diciembre... ahí mando estas fotos de los chavos más guapos del mundo...... (dijo mamá cuerva). : David y Nayantara, Martín y Am.

Cariño para todos.

Marilú





Martha Mariana


4 mar, 20:32
De: "Guadalupe" ...@prodigy.net.mx>

Martha Mariana Mier Amaya (mi nietecita) nació el 21 de agosto. Aquí va una foto suya para que la recuerden...

Concierto homenaje

El 14 de Noviembre de 2008, se le hizo un concierto-homenaje a Gonzalo Chapela y Blanco. Este fué el programa de mano:
homenaje

lunes, 2 de marzo de 2009

Memorandum

--- El vie 27-feb-09, carmen chapela escribió:
De:: carmen chapela
Asunto: Memorandum
A: "grupo familiar chapelas"
Fecha: viernes, 27 febrero, 2009, 7:10 pm

es de Denisse Dresser.

El Buen Vivir, una oportunidad por construir

Rebelión, 28-02-2009

Ecuador Debate



“Y volverá a preguntársenos: ¿qué ha dejado a la Kultura Don Quijote? Y diré: ¡el quijotismo, y no es poco! Todo un método, toda una epistemología, toda una estética, toda una lógica, toda una religión sobre todo, es decir, una economía a lo eterno y lo divino, toda una esperanza en lo absurdo racional”.

Miguel de Unamuno , Del sentimiento trágico de la vida, 1912

Ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario

En la Asamblea Constituyente, el Buen Vivir o Sumak Kausai (en kichwa) fue motivo de diversas interpretaciones. En un debate, que en realidad recién empieza, primó el desconocimiento y el temor en algunos sectores. Para unos el Buen Vivir, al que lo entendían ingenuamente como una despreocupada y hasta pasiva dolce vita , les resultaba inaceptable. Otros, quizás temerosos de perder sus privilegios, no dudaron en anticipar que con el Buen Vivir se proponía el retorno a la época de las cavernas.

Algunos asambleístas, contando con el eco perturbador de gran parte de una prensa mediocre e interesada en el fracaso de la Constituyente, acostumbrados a verdades indiscutibles, clamaban por concreciones definitivas. Mientras que otros, incluso algunos que inclusive alentaron este principio fundacional de la Constitución de Montecristi, al perecer no tenían clara la trascendencia de esta decisión…

Para entender lo que implica el Buen Vivir, que no puede ser simplistamente asociado al “bienestar occidental”, hay que empezar por recuperar la cosmovisión de los pueblos y nacionalidades indígenas; planteamiento que también se cristaliza en la discusión constitucional en Bolivia. Eso, de plano, no significa negar la posibilidad para propiciar la modernización de la sociedad, particularmente con la incorporación en la vida de muchos y valiosos avances tecnológicos de la humanidad.

En la comprensión del sentido que tiene y debe tener la vida de las personas, en las sociedades indígenas de nuestro país no existe el concepto de desarrollo, nos recuerda Carlos Viteri Gualinga. Es decir, no hay la concepción de un proceso lineal que establezca un estado anterior o posterior. No hay aquella visión de un estado de subdesarrollo a ser superado. Y tampoco un estado de desarrollo a ser alcanzado. No existe, como en la visión occidental, está dicotomía que explica y diferencia gran parte de los procesos en marcha. Para los pueblos indígenas tampoco hay la concepción tradicional de pobreza asociada a la carencia de bienes materiales o de riqueza vinculada a su abundancia.

Desde la cosmovisión indígena el mejoramiento social -¿el desarrollo?- es una categoría en permanente construcción y reproducción. En ella está en juego la vida misma. Siguiendo con este planteamiento holístico, por la diversidad de elementos a los que están condicionadas las acciones humanas que propician el Buen Vivir, los bienes materiales no son los únicos determinantes. Hay otros valores en juego: el conocimiento, el reconocimiento social y cultural, los códigos de conductas éticas e incluso espirituales en la relación con la sociedad y la Naturaleza, los valores humanos, la visión de futuro, entre otros. El Buen Vivir constituye una categoría central de la filosofía de vida de las sociedades indígenas. Y su aporte nos invita a asumir otros “saberes” y otras prácticas.

Pero eso no es la única fuente de inspiración para impulsar el Buen Vivir. Incluso desde círculos de la cultura occidental se levantan cada vez más voces que podrían estar de alguna manera en sintonía con esta visión indígena. En el mundo se comprende, paulatinamente, la inviabilidad global del estilo de desarrollo dominante.

Frente a los devastadores efectos del calentamiento global, se plantean cambios para que la humanidad pueda escapar con vida de los graves riesgos ecológicos y sociales en ciernes. El crecimiento material sin fin podría culminar en un suicidio colectivo, tal como parece augurar el mencionado recalentamiento de la atmósfera o el deterioro de la capa de ozono, la pérdida de fuentes de agua dulce, la erosión de la biodiversidad agrícola y silvestre, la degradación de suelos o la propia desaparición de espacios de vida de las comunidades locales...

Para empezar el concepto mismo de crecimiento económico debe ser reubicado en una dimensión adecuada, concepto que está íntimamente vinculado al de desarrollo, al menos en su acepción occidental. Valga traer nuevamente a colación la visión crítica del crecimiento económico que tiene Amartya Sen, Premio Nobel de Economía de 1997. Para reforzar la necesidad de una visión más amplia, superadora de los estrechos márgenes cuantitativos del economicismo, él insiste “que las limitaciones reales de la economía tradicional del desarrollo no provinieron de los medios escogidos para alcanzar el crecimiento económico, sino de un reconocimiento insuficiente de que ese proceso no es más que un medio para lograr otros fines. Esto no equivale a decir que el crecimiento carece de importancia. Al contrario, la puede tener, y muy grande, pero si la tiene se debe a que en el proceso de crecimiento se obtienen otros beneficios asociados a él. (…) No sólo ocurre que el crecimiento económico es más un medio que un fin; también sucede que para ciertos fines importantes no es un medio muy eficiente". Y por lo tanto, no es la única vía a la que debería darse necesariamente prioridad.

Incluso a escala global la concepción del crecimiento basado en inagotables recursos naturales y en un mercado capaz de absorber todo lo producido, muestra que más que producir el desarrollo lo que se observa, como señala José María Tortosa, es un “mal desarrollo”. Tortosa va más allá. El afirma que “el funcionamiento del sistema mundial contemporáneo es “maldesarrollador” (…) La razón es fácil de entender: es un sistema basado en la eficiencia que trata de maximizar los resultados, reducir costes y conseguir la acumulación incesante de capital. Ésa es la regla de juego que para nada es atemperada por la “mano invisible” de los sentimientos morales de que hablaba Adam Smith, es decir, por el sentido de la responsabilidad. Si “todo vale”, el problema no es de quién ha jugado qué cuándo, sino que el problema son las mismas reglas del juego. En otras palabras, el sistema mundial está maldesarrollado por su propia lógica y es a esa lógica a donde hay que dirigir la atención.”

Eso no es todo, a más de no obtener el bienestar material, se están afectando la seguridad, la libertad, la identidad de los seres humanos. Ese mal desarrollo, generado desde arriba, sea desde los gobiernos centrales y sus empresas transnacionales, o desde las élites dominantes a nivel nacional, implica entonces una situación de complejidades múltiples que no pueden ser explicadas a partir de versiones monocausales. Por ello está también en cuestión aquella clasificación de países desarrollados y subdesarrollados, tanto como el mismo concepto de desarrollo tradicional. Y, por cierto, aquella lógica del progreso entendida como la acumulación permanente de bienes materiales.

En esta línea de reflexión, desde la vertiente ambiental, podríamos mencionar los reclamos de cambio en la lógica del desarrollo, cada vez más urgentes, de varios pensadores de gran valía, como Nicholas Georgescu-Roegen, Ivan Illich, Herman Daly, José Manuel Naredo, Joan Martínez Allier, Roberto Guimaraes, Eduardo Gudynas, entre otros. Sus cuestionamientos a las estrategias convencionales se nutren de una amplia gama de visiones, experiencias y propuestas propias de la misma civilización occidental. Sus argumentos prioritarios son una invitación a no caer en la trampa de un concepto de “desarrollo sustentable” que no afecte la revalorización del capital, hoy vendido como “capitalismo verde”. También alertan sobre los riesgos de una confianza desmedida en la ciencia su técnica. En definitiva, estos pensadores cuestionan la idea tradicional del progreso material y proponen nuevas formas de organización de la vida misma.

La búsqueda de nuevas formas de desarrollo implica revitalizar la discusión política, ofuscada por la visión economicista sobre los fines y los medios. Al endiosar la actividad económica, particularmente al mercado, se han abandonado muchos instrumentos no económicos, indispensables para el desarrollo. La resolución de los problemas exige una aproximación multidisciplinaria.

La acumulación material -mecanicista e interminable de bienes-, apoltronada en “el utilitarismo antropocéntrico sobre la Naturaleza” (Eduardo Gudynas), no tiene futuro. Los límites de estilos de vida sustentados en esta visión ideológica del progreso son cada vez más notables. El ambiente, es decir los recursos naturales no pueden ser vistos como una condición para el crecimiento económico, como tampoco pueden ser un simple objeto de las políticas de desarrollo. Esto nos conduce a aceptar que la Naturaleza, en tanto una construcción social y en tanto término conceptualizado por los seres humanos, debe ser reinterpretada y revisada íntegramente, sobre todo si la humanidad no está fuera de la Naturaleza. La visión dominante, que pretende ver a la humanidad por fuera de la Nasturaleza, incluso al definirla como Naturaleza sin considerar al ser humano como parte integral de la misma, ha abierto la puerta para dominarla y manipularla. Se le ha transformado en recursos naturales e incluso en “capital natural” a ser explotados. Cuando, en realidad, la Naturaleza hasta podría existir sin seres humanos…

En este punto hay que rescatar las verdaderas dimensiones de la sustentabilidad. Esto exige, desde la perspectiva de Roberto Guimaraes, tener “como norte una nueva ética del desarrollo, una ética en la cual los objetivos económicos de progreso estén subordinados a las leyes de funcionamiento de los sistemas naturales y a los criterios de respeto a la dignidad humana y de mejoría de la calidad de vida de las personas”. Para él, “el crecimiento, definido como incremento monetario del producto y tal como lo hemos experimentado, constituye un componente intrínseco de la insustentabilidad actual”. Esto, siguiendo al mismo autor, nos conduce al “desplazamiento del crecimiento como un fin último hacia el desarrollo como un proceso de cambio cualitativo”. Y eso -pensando desde ya en lo que podría ser una economía postcrecimiento, como lo entiende Enrique Leff- se logrará, para volver a Guimaraes, “en la medida que se logre preservar la integridad de los procesos naturales que garantizan los flujos de energía y de materiales en la biosfera y, a la vez, se preserve la biodiversidad del planeta”. Para lo que habrá de “transitar del actual antropocentrismo al biopluralismo, otorgando a las especies el mismo derecho ‘ontológico’ a la vida”.

Estos planteamientos de Guimaraes ubican con claridad por donde debería marchar el desarrollo sustentable, si realmente pretende ser una opción de vida, en tanto respeta la Naturaleza y permite un uso de los recursos naturales adaptado a la generación (regeneración) natural de los mismos. La Naturaleza, en definitiva, debe tener la necesaria capacidad de carga y recomposición para no deteriorarse irreversiblemente por efecto de la acción del ser humano. He aquí una aproximación ética explicativa de los derechos que se otorgaron a la Naturaleza en Montecristi.

En suma, el desarrollo debe ser sustentable ambientalmente en tanto compromiso con las generaciones futuras. En esa línea de pensamiento, si aceptamos que es necesaria una nueva ética del desarrollo, hay que incorporar elementos consustanciales a un verdadero proceso de transformaciones radicales, como son la igualdad, las diversas equidades [2] y la justicia social (productiva y distributiva), así como elementos morales, estéticos y espirituales. Y esto dentro de un esfuerzo de democratización permanente de la sociedad, a partir de la construcción de ciudadanías sólidas.

Entonces, de ninguna manera es aceptable un estilo de vida fácil para un grupo reducido de la población, mientras el resto, la mayoría, tiene que trabajar para sostener los privilegios de aquel segmento privilegiado y opresor. Esta es la realidad del régimen de desarrollo actual, una realidad propia del sistema capitalista. Ya lo apuntó -en su obra clásica, Investigación sobre Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones (1776)- Adam Smith, profeta del liberalismo: “Allí donde existen grandes patrimonios, hay también una gran desigualdad. Por un individuo muy rico ha de haber quinientos pobres, y la opulencia de pocos supone la indigencia de muchos”. El capitalismo ha demostrado una gran capacidad productiva. Ha podido dar lugar a progresos tecnológicos sustanciales y sin precedentes. Ha conseguido incluso reducir la pobreza en varios países. Sin embargo, produce también procesos sociales desiguales entre los países y dentro de ellos. Sí, se crea riqueza, pero son demasiadas las personas que no participan de esos beneficios.

Aquí cobra renovado vigor las propuestas de Amartya Sen, para quien el “poder de crear riqueza” equivaldría a la posibilidad de “ampliación de las capacidades” del ser humano. No cuentan tanto las riquezas o sea las cosas que las personas puedan producir durante sus vidas, sino lo que las cosas hacen por la vida de las personas: “El desarrollo debe preocuparse de lo que la gente puede o no hacer, es decir si pueden vivir más, escapar de la morbilidad evitable, estar bien alimentados, ser capaces de leer, escribir, comunicarse, participar en tareas literarias y científicas, etc. En palabras de Marx, se trata de 'sustituir el dominio de las circunstancias y el azar sobre los individuos, por el dominio de los individuos sobre el azar y las circunstancias'” (Sen). Una convivencia sin miseria, sin discriminación, con un mínimo de cosas necesarias y sin tener a éstas como la meta final. Esta es, a no dudarlo, una visión equiparable con el Buen Vivir, deseable y posible en un país con tantas posibilidades como el Ecuador.

Por este motivo resulta inapropiado y altamente peligroso aplicar el paradigma desarrollo tal y como es concebido en el mundo occidental. No sólo que no es sinónimo de bienestar para la colectividad, sino que está poniendo en riesgo la vida misma de la humanidad. El Buen Vivir, entonces, tiene una trascendencia mayor a la sola satisfacción de necesidades y acceso a servicios y bienes. En este contexto, desde la filosofía del Buen Vivir se precisa cuestionar el tradicional concepto de desarrollo. La acumulación material permanente de bienes materiales no tiene futuro.

El desarrollo, mejor digámoslo un renovado concepto de desarrollo, visto desde esta perspectiva -planteada también por connotados tratadistas latinoamericanos [3] - implica la expansión de las potencialidades individuales y colectivas, las que hay que descubrir y fomentar. No hay que desarrollar a la persona, la persona tiene que desarrollarse. Para lograrlo, como condición fundamental, cualquier persona ha de tener las mismas posibilidades de elección, aunque no tenga los mismos medios. El Estado corregirá las deficiencias del mercado y actuará como promotor del desarrollo, en los campos que sea necesario. Y si el desarrollo exige la equidad y la igualdad, éstas sólo serán posibles con democracia -no un simple ritual electoral- y con libertad de expresión, verdaderas garantías para la eficiencia económica y el logro del Buen Vivir, en tanto camino y en tanto objetivo.

El Buen Vivir, más que una declaración constitucional, se presenta, entonces, como una oportunidad para construir colectivamente un nuevo régimen de desarrollo. Su contenido no se refleja simplemente en una sumatoria de artículos constitucionales en donde se mencionan estas palabras: Buen Vivir. Es mucho más que la posibilidad de introducir cambios estructurales a partir del cumplimiento de los diferentes artículos constitucionales en donde se aborda expresamente o no el Buen Vivir. Esta propuesta, siempre que sea asumida activamente por la sociedad, en tanto recepta las propuestas de los pueblos y nacionalidades indígenas, así como de amplios segmentos de la población, puede proyectarse con fuerza en los debates de transformación que se desarrollan en el mundo.

El Buen Vivir, en definitiva, tiene que ver con una serie de derechos y garantías sociales, económicas y ambientales. También está plasmado en los principios orientadores del régimen económico, que se caracterizan por promover una relación armoniosa entre los seres humanos individual y colectivamente, así como con la Naturaleza. En esencia busca construir una economía solidaria, al tiempo que se recuperan varias soberanías como concepto central de la vida política del país.

Hacia la construcción de una economía solidaria

Desde esa perspectiva, el Buen Vivir, en tanto régimen de desarrollo en construcción y como parte inherente de un Estado plurinacional, tal como se aprobó en Montecristi, busca una vida armónica. Es decir equilibrada entre todos los individuos y las colectividades, con la sociedad y con la Naturaleza. No se puede olvidar que lo humano se realiza (o debe realizarse) en comunidad; con y en función de otros seres humanos, sin pretender dominar a la Naturaleza.

El valor básico de la economía, en un régimen de Buen Vivir, es la solidaridad. Se busca una economía distinta, una economía social y solidaria, diferente de aquella caracterizada por una supuesta libre competencia, que anima al canibalismo económico entre seres humanos y que alimenta la especulación financiera. A partir de esa definición se aspira a construir relaciones de producción, de intercambio y de cooperación que propicien la eficiencia y la calidad, sustentadas en la solidaridad. Se habla de productividad y competitividad sistémicas, es decir medibles en avances de la colectividad y no sólo de individualidades sumadas muchas veces en forma arbitraria.

El mercado por si solo no es la solución, tampoco lo es el Estado. El subordinar el Estado al mercado, conduce a subordinar la sociedad a las relaciones mercantiles y al egolatrismo individualista. Lejos de una economía sobredeterminada por las relaciones mercantiles, se promueve una relación dinámica y constructiva entre mercado, Estado y sociedad. Se busca construir una sociedad con mercado, para no tener una sociedad de mercado, es decir mercantilizada. No se quiere una economía controlada por monopolistas y especuladores, como en la época neoliberal. Tampoco se promueve una visión estatista a ultranza de la economía.

El mercado, tanto como el Estado, requieren una reconceptualización política, que conduzca a regulaciones adecuadas. El mercado es una relación social sujeta a las necesidades de los individuos y las colectividades, entendida como un espacio de intercambio de bienes y servicios en función de la sociedad y no sólo del capital. “Los mercados pueden ser totalmente inmorales, ineficientes, injustos y generadores del caos social”, nos recuerda Luis de Sebastián. Por lo tanto, siguiendo el pensamiento de Karl Polnayi -“el mercado es un buen sirviente, pero un pésimo amo”-, al mercado hay que organizarlo y controlarlo como a un sirviente, pero no asumirlo como un amo. El Estado deberá, en definitiva, ser ciudadanizado, mientras que el mercado habrá de ser civilizado, lo que, en ambos casos, implica una creciente participación de la sociedad.

Para enfrentar la gravedad de los problemas existentes en la economía ecuatoriana hay que desarmar las visiones simplificadoras y compartamentalizadas. El éxito o el fracaso no es solo una cuestión de recursos físicos sino que depende decisivamente de las capacidades de organización, participación e innovación de los habitantes del país. Existen sobradas razones para afirmar que el principal estrangulamiento para asegurar una vida mejor, en un mundo mejor, para todos y todas, es la ausencia de políticas e instituciones [4] que permitan fortalecer e impulsar las capacidades humanas de cada una de las culturas existentes.

Está claro que en la nueva Constitución, no está en juego simplemente un proceso de acumulación material. Se precisan respuestas políticas que hagan posible un desarrollo impulsado por la vigencia de los derechos fundamentales (derechos humanos en términos amplios y derechos de la Naturaleza), como base para una sociedad solidaria, en el marco de instituciones que aseguren la vida. Las instituciones actualmente vigentes, apegadas a los dogmas ortodoxos, apenas han contribuido a paliar circunstancialmente los elementos más explosivos del subdesarrollo.

Se persigue una economía que garantice el derecho de propiedad bien habida. Pero sobre todo el derecho a la propiedad de quienes nada o muy poco tienen. Esta nueva economía consolida el principio del monopolio público sobre los recursos estratégicos, pero a su vez establece una dinámica de uso y aprovechamiento de esos recursos desde una óptica sustentable, con la necesidad de disponer de mecanismos de regulación y control en la prestación de los servicios públicos. Igualmente considera diversas formas de hacer economía: estatal, pública, privada, mixta, comunitaria, asociativa, cooperativa… Busca, con esto, ampliar la base de productores y propietarios en el Ecuador en un esquema de economía solidaria que articule a activa y equitativamente a todos los segmentos productivos.

La redistribución de la riqueza (de la tierra, por ejemplo) y la distribución del ingreso, con criterios de equidad, así como la democratización en el acceso a los recursos económicos, como son los créditos, están en la mira de esta economía solidaria. Así, las finanzas deben cumplir un papel de apoyo al aparato productivo y no ser más simples instrumentos de acumulación y concentración de la riqueza en pocas manos; realidad que alienta la especulación financiera. Los bancos, por lo tanto, en un plazo perentorio, tendrán que vender todas sus empresas no vinculadas a la actividad financiera, incluyendo sus medios de comunicación.

La Constitución propone también la construcción de una nueva arquitectura financiera, en donde los servicios financieros son de orden público. Allí se reconoce a las finanzas populares como promotoras del desarrollo y se incentiva la creación de una banca pública de fomento, como aglutinadora del ahorro interno e impulsador de economías productivas de características más solidarias. Un tratamiento preferente a las cooperativas de ahorro y crédito, así como a las diversas formas de ahorro popular, también está reconocido constitucionalmente.

El ser humano, al ser el centro de la atención, es el factor fundamental de la economía. Y en ese sentido, rescatando la necesidad de fortalecer y dignificar el trabajo, se proscribe cualquier forma de precarización laboral, como la tercerización; incluso el incumplimiento de las normas laborales puede ser penalizado y sancionado. Por otro lado se prohíbe toda forma de persecución a los comerciantes y los artesanos informales.

En lo social, se priorizaron las inversiones en educación y salud. [5] En tanto derechos humanos, la educación y la salud serán servicios gratuitos; se incluyó específicamente la gratuidad de la educación en el nivel universitario. La gratuidad en el acceso a la justicia es otro de los derechos consagrados en la Constitución. Se aprobó la universalidad de la seguridad social, de ninguna manera su privatización. Todo este esfuerzo en lo social se complementa con una serie de disposiciones para superar tanto el machismo como el racismo, así como toda forma de exclusión social.

Todas las personas tienen por igual derecho a una vida digna, que asegure la salud, alimentación y nutrición, agua potable, vivienda, saneamiento ambiental, educación, trabajo, empleo, descanso y ocio, cultura física, vestido, seguridad social y otros servicios sociales necesarios Todos estos derechos, para su cumplimiento, exigirán ajustes en la distribución de la riqueza y del ingreso, puesto que su vigencia no sólo puede estar garantizada por posibles ingresos petroleros u otros similares. Los derechos deben ser garantizados por la sociedad para todos sus miembros, en cualquier tiempo o circunstancia, no sólo cuando hay excedentes financieros.

En el nuevo texto constitucional existe una sección completa sobre derechos y garantías para personas con discapacidades, que constituyen, además, una temática transversal a toda la Constitución.

En esta carta magna se consolidan los derechos de los y las emigrantes. No sólo que podrán votar en las elecciones ecuatorianas y que tendrán representantes a la Asamblea Nacional, elegidos por ellos, sino que podrán impulsar varias iniciativas políticas, inclusive de ley. El Estado generará incentivos al retorno del ahorro y de los bienes de las personas migrantes, para que dichos recursos se orienten hacia la inversión productiva de calidad decidida por los propios emigrantes. También se estimulará su afiliación voluntaria al Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social; para lograrlo se contará con el aporte de las personas domiciliadas en el exterior. En un gesto de coherencia con la defensa de los derechos de los compatriotas en el exterior, esta Constitución asegura similares derechos a los extranjeros y a los ecuatorianos: los extranjeros que tengan residencia de cinco años en el Ecuador -por ejemplo- podrán ejercer el derecho al voto, sin necesidad de acuerdos bilaterales con sus países de origen; no podrán ser devueltos o expulsados a un país donde su vida, libertad, seguridad o integridad o la de sus familiares peligren por causa de su etnia, religión, nacionalidad, ideología, pertenencia a determinado grupo social, o por sus opiniones políticas. En esa línea de compromiso se prohíbe la expulsión de colectivos de extranjeros. Los procesos migratorios deberán ser singularizados.

No se espera a que cambie el mundo para recién entonces avanzar en el campo de la migración, se actúa para provocar el cambio del mundo…

En sintonía con estas propuestas en el ámbito de la movilidad humana se impulsa el principio de ciudadanía universal, la libre movilidad de todos los habitantes del planeta y el progresivo fin de la condición de extranjero como elemento transformador de las relaciones desiguales entre los países, especialmente Norte-Sur. Para lograrlo se promueve la creación de la ciudadanía latinoamericana y caribeña; la libre circulación de las personas en dicha región; la instrumentación de políticas que garanticen los derechos humanos de las poblaciones de frontera y de los refugiados; y, la protección común de los latinoamericanos y caribeños en los países de tránsito y destino migratorio.

Con esta Constitución, a diferencia del pensamiento neoliberal todavía dominante, se quiere recuperar lo público, lo universal, lo gratuito, la diversidad, como elementos de una sociedad que busca sistemáticamente la libertad, la igualdad y la equidad, así como la solidaridad en tanto elementos rectores del Buen Vivir. En su articulado, más allá de las simples interpretaciones que hacen los constitucionalistas frustrados, encontramos borradores de una utopía por construir. Una utopía que implica la crítica de la realidad desde los principios plasmados en la Constitución de Montecristi. Una utopía que, al ser un proyecto de vida en común, nos dice lo que debe ser.... alternativa imaginaria, políticamente conquistada, a ser ejecutada por la acción de la ciudadanía.

Por eso, en forma pionera a nivel mundial, en la nueva Constitución se ha establecido que la Naturaleza es sujeto de derechos. Esta definición enfrenta la actual crisis civilizatoria, cuando ya se ve la imposibilidad de continuar con el modelo industrialista y depredador basado en la lucha de los humanos contra la Naturaleza. No va más la identificación del bienestar y la riqueza como acumulación de bienes materiales, con las consecuentes expectativas de crecimiento y consumo ilimitados. En este sentido es necesario reconocer que los instrumentos disponibles para analizar estos asuntos ya no sirven. Son instrumentos que naturalizan y convierten en inevitable lo existente. Son conocimientos de matriz colonial y eurocéntrica, que pretenden convencer de que este patrón civilizatorio es natural e inevitable (Edgardo Lander).

Al reconocer a la Naturaleza como sujeto de derechos, en la búsqueda de ese necesario equilibrio entre la Naturaleza y las necesidades y derechos de los seres humanos, enmarcados en el principio del Buen Vivir, se estaría superando la clásica versión por la que la conservación del medioambiente es entendida simplemente como un derecho de los seres humanos a “gozar de un medioambiente sano y no contaminado”. Los derechos de la Naturaleza tienen que ver con el derecho que tienen la actual y las siguientes generaciones de gozar un ambiente sano. Pero estos derechos acogen otros criterios de justicia que superan la visión tradicional de justicia, lo que provoca varios conflictos conceptuales entre los constitucionalistas y juristas tradicionales.

De esta nueva concepción jurídica -todavía en construcción- se derivan decisiones trascendentales. El agua es asumida como un derecho humano fundamental, que cierra la puerta a su privatización; en concreto se afirma que reconoce que el agua es patrimonio nacional estratégico de uso público, dominio inalienable e imprescriptible del Estado, y constituye un elemento vital para la Naturaleza y para la existencia de los seres humanos; la Constitución plantea prelaciones en el uso del agua: consumo humano, riego para la producción de alimentos, caudal ecológico y actividades productivas, en ese orden. La soberanía alimentaria, que incorpora la protección del suelo y el uso adecuado del agua, se transforma en eje conductor de las políticas agrarias e incluso de recuperación del verdadero patrimonio nacional: su biodiversidad. Incluso se plasma aquí la necesidad de conseguir la soberanía energética, sin poner en riesgo la soberanía aleimentaria o el equilibrio ecológico.

Esta Constitución, la más ecuatoriana de toda la historia, que ofrece una categórica propuesta de descentralización y autonomías, sobre bases de solidaridad y equidad, abre la puerta también a la integración regional. Sin la integración de los pueblos de Nuestra América Latina no hay desarrollo. Ese es un paso fundamental para que dichos pueblos puedan insertarse con dignidad e inteligencia en el contexto mundial. Y para hacerlo, la Constitución declara al Ecuador como un territorio de paz, en donde no podrán asentarse fuerzas militares extranjeras con fines bélicos, ni ceder bases militares nacionales a soldados foráneos.

Finalmente, el Buen Vivir, una filosofía de vida, abre la puerta para construir un proyecto liberador y tolerante, sin perjuicios ni dogmas. Un proyecto que, al haber sumado muchas historias de luchas de resistencia y de propuestas de cambio, se posiciona como punto de partida para construir una sociedad sustentable en todos los ámbitos.

La nueva Constitución, medio y fin para cambios estructurales

Como punto básico de la nueva Constitución tenemos que resaltar la declaración de un Estado constitucional de derechos y justicia, social, democrático, soberano, independiente, unitario, intercultural, plurinacional y laico. Con esta definición se abre la posibilidad de un nuevo pacto de convivencia amplia, de múltiples entradas. Sin pretender agotar los alcances de esta definición, cabría resaltar que lo constitucional se posiciona prioritariamente para intentar desterrar la permanente violación de las cartas magnas y lo plurinacional conduce a una suerte de refundación del Estado en tanto toma en cuenta definitivamente la existencia de pueblos y nacionalidades indígenas, lo que significa un salto cualitativo de la mirada monocultural eurocéntrica imperante hasta ahora.

Por ello es preciso reformular las relaciones de poder entre el Estado y los ciudadanos para que sean éstos los auténticos poseedores de la soberanía. La crisis de representación política que ha afectado y aún afecta a las instancias parlamentarias, implica una crisis del Derecho Constitucional en tanto que la “soberanía popular” está sometida a los apetitos privados en contradicción con las exigencias ciudadanas, lo cual crea un conflicto en el sistema de legitimación. El Derecho Constitucional fue un derecho de papel. La tarea planteada por la nueva Constitución es superar aquel conjunto de normas acordadas explícita o implícitamente por los grandes agentes económicos, que actúan con independencia de los poderes públicos en la regulación de las relaciones de estos entes privados, entre ellos mismos y con el Estado. Finalmente, han sido estas regulaciones desde los intereses privados, incluso transnacionales, las que han determinado las relaciones políticas con el Estado. Esto ha implicado una desvalorización del Derecho constitucional y de las constituciones, con una pérdida de soberanía por parte del pueblo.

“La gran tarea -en palabras de Rómulo Salazar Ochoa- consiste en que comencemos a trabajar para arrancar el derecho constitucional del “ pedestal academicista” en el que la derecha mantuvo la Constitución y convirtamos a ésta en inspiración y expresión del pensamiento social en función del cambio y la transformación política, garantizando el respeto a los derechos de las personas y de las colectividades. Esta preocupación, desde luego, comienza a despejarse en la medida en logramos entender que los principios constitucionales rigen a pesar de los vacíos, limitaciones y tergiversaciones que respecto de ellos contiene la ley, y que por lo mismo, a diferencia del viejo positivismo, no es y no puede ser ella sino el propio texto constitucional la fuente de nuestros derechos y garantía a la vez de su eficacia en armonía con la más alta significación de la naturaleza humana.”

La propia Constitución establece, por tanto, que para la consecución del Buen Vivir, a las personas y a las colectividades, y a sus diversas formas organizativas, les corresponde participar en todas las fases y espacios de la gestión pública y de la planificación del desarrollo nacional y local, y en la ejecución y control del cumplimiento de los planes de desarrollo en todos sus niveles. El Buen Vivir no será nunca una dádiva de los actuales grupos de poder. La construcción de una sociedad equitativa, igualitaria y libre, sólo será posible con el concurso de todos y de todas.

Por todo lo expuesto anteriormente, recién ha empezado el verdadero proceso constituyente. Un proceso que exige una mayor y más profunda pedagogía constituyente, así como una sociedad movilizada que impulse la consecución de los logros constitucionales. Un proceso de constitución de ciudadanía.

La consolidación de las nuevas normas constitucionales en leyes y en renovadas políticas coherentes con el cambio propuesto, es una tarea que convoca a los habitantes del campo y de la ciudad a seguir caminando por la senda de las movilizaciones. Hay que impedir que, por ejemplo a través de las nuevas leyes, se trate de vaciar de su contenido histórico a la nueva Constitución, que recibió en las urnas el masivo respaldo de la sociedad.

Esta Constitución, éste es quizás uno de sus mayores méritos, abre la puerta para disputar el sentido histórico del desarrollo. Estamos concientes que estas nuevas corrientes del pensamiento jurídico no están exentas de conflictos. Al abandonar el tradicional concepto de la ley como fuente del derecho, se consolida a la Constitución como punto de partida jurídico independientemente de las visiones tradicionales. No debe sorprendernos, entonces, que esta nueva carta magna genere conflictos con los jurisconsultos tradicionalistas, así como con aquellos personajes acostumbrados a tener la razón en función de su pensamiento (y sobre todo de sus intereses).

Los Derechos de la Naturaleza, por ejemplo, han sido vistos como un “galimatías conceptual”. Les resulta difícil entender que el mundo cambia y harán lo imposible para intentar detener los cambios. Este conflicto será positivo para la sociedad, servirá para fortalecer el proceso democrático. “La tarea, desde luego, no es fácil y no tiene porque serlo; al contrario, como las grandes causas, es ardua y prolongada, pero ha comenzado con la vigencia de la Constitución de Montecristi. La óptica constitucional del derecho implica, además de una actitud profundamente ética, una elevada formación intelectual…” (Rómulo Salazar Ochoa).

No se trata simplemente de hacer mejor lo realizado hasta ahora. Como parte de la construcción colectiva de un nuevo pacto de convivencia social y ambiental es necesario construir nuevos espacios de libertad y romper todos los cercos que impiden su vigencia.

Para empezar reconozcamos que, en la actualidad, todavía están presentes tesis y prácticas desarrollistas propias de una economía extractivista, que no han permitido el desarrollo y que están minando las bases de la Naturaleza. Los actuales gobiernos progresistas en América Latina han tenido avances en algunas áreas, especialmente la social, pero muestran enormes dificultades para generar nuevos estilos de desarrollo, en particular en lograr otra apropiación efectiva de los recursos naturales para la sociedad en su conjunto y reducir el grado de deterioro ambiental.

En Ecuador, el propio gobierno que impulsó activamente la aprobación de la nueva Constitución en el referéndum, sigue atado a visiones y prácticas neodesarrollistas, que no garantizan un verdadero desarrollo y que, además, estarán en permanente contradicción con el espíritu del Buen Vivir. Por tanto, no sólo es indispensable superar las prácticas neoliberales, sino que es cada vez más imperioso garantizar la relación armónica entre sociedad y Naturaleza. Hoy más que nunca, en medio de la debacle financiera internacional, que es apenas una faceta de la crisis civilizatoria que se cierne sobre la humanidad, es imprescindible construir una concepción estratégica nacional -otro mandato de la nueva Constitución-, sobre bases de creciente soberanía, para insertarse inteligentemente y no en forma dependiente en la economía mundial. Hay que terminar con aquellas relaciones financieras especulativas que han colapsado y, sobre todo, hay que cambiar aquella visión que condena a nuestros países a ser productores y exportadores de materias primas.

Se necesita dar vuelta la página definitivamente. De todo lo anterior se desprende que hay que hacer un esfuerzo enorme y sostenido para maximizar aquellos efectos positivos que se puedan obtener de la extracción de recursos naturales, sin perder de vista que esta actividad, sobre todo cuando se realiza a gran escala, afecta a la Naturaleza y a las comunidades. Por lo tanto, es ingenuo creer que ampliando dichas actividades extractivistas se obtendrán recursos para financiar otro tipo de actividades que puedan sustituir a la extracción masiva de recursos naturales… El “desarrollismo senil” (Joan Martínez Allier), por lo demás, no es el camino para el desarrollo. La consecución de una mayor disponibilidad de crecientes ingresos financieros no ha asegurado el desarrollo de ningún país. No podemos vivir prioritariamente de la renta de los recursos naturales sino del esfuerzo de los seres humanos, viviendo y conviviendo con la Naturaleza. Es preciso generar capacidades sociales.

Hay que dejar atrás, también, lo que el actual vicepresidente boliviano Álvaro García Linera define como “patrimonialismo popular”, en el que se recrean las prácticas rentísticas y clientelares con otras formas e incluso con otras preferencias. “Hoy el patrimonialismo -al decir de García Linera- es más ‘democrático’, comienza a socializarse, ya no es un privilegio de casta reducido al color de piel, el apellido, o la herencia familiar, sino que es asumido como un derecho de todos, pero no deja de ser patrimonialismo popular. (Y) esto es complicado porque, con quiebres, habla de una continuidad que no ha podido ser superada”. Desarrollo si, patrimonialismo no. Esa es la gran tarea.

Para lograrlo hay que abrir todos los espacios de diálogo posibles. Es urgente apropiarse democráticamente del contenido de la nueva Constitución. Los futuros acuerdos políticos, indispensables para enraizar la nueva Constitución, tienen como condición innegociable sustentarse en el sentido de país, aportar al Buen Vivir y no sacrificar los intereses nacionales en beneficio particular de personas, gremios y corporaciones; los privilegios de unos pocos son insostenibles. A diferencia de las prácticas de los grupos oligárquicos (causantes de la crisis nacional) que han controlado el Estado durante décadas, no se quiere ganar posiciones simplemente con la fuerza del número, sino con la de los argumentos. La Constitución debe ser realmente de todos y de todas, no de un gobierno en particular.

La responsabilidad es grande y compleja. Estamos ante el imperativo de construir democráticamente una sociedad realmente democrática, fortificada en valores de libertad, igualdad y responsabilidad, practicante de sus obligaciones, incluyente, equitativa, justa y respetuosa de la vida. Una sociedad “que incorpore el anticapitalismo sin planificación burocrática y con pluralismo político”, para ponerlo en palabras de Claudio Katz. Una sociedad en la que sea posible que todos y todas tengamos iguales posibilidades y oportunidades, donde lo individual y lo colectivo coexistan, donde la racionalidad económica se reconcilie con la ética y el sentido común.-



[1] Economista. Profesor e investigador de la FLACSO. Consultor internacional. Ex-ministro de Energía y Minas. Ex-presidente de la Asamblea Constituyente.

[2] Económica, social, intergeneracional, de género, étnica, cultural especialmente.

[3] Manfred Max-Neef, Antonio Elizalde, Jürgen Schuldt, José Luís Coraggio.

[4] Conjunto de normas y reglas emanadas de la propia sociedad, que configuran el marco referencial de las relaciones humanas.

[5] Cumpliendo el mandato popular de fines del 2006, se destinará anualmente al menos 6% y 4% del PIB, por lo menos, para educación y salud, respectivamente.

“Sin los cuentos sobre la crisis, a los de arriba no les salen las cuentas”

Rebelión 02-03-2009
Entrevista a Emmánuel Lizcano, profesor de sociología del conocimiento.

Público

Emmánuel Lizcano (Madrid, 1950) imparte sociología del conocimiento en la UNED. Un impulso libertario anima desde siempre su reflexión crítica, que explora los vínculos entre formas de pensar y modos de vida buscando articulaciones emancipadoras entre ambas. Su último libro se titula Metáforas que nos piensan (Ediciones Bajo Cero/Traficantes de Sueños).

Los discursos hegemónicos sobre la crisis tratan de hacer pasar sus metáforas por las cosas mismas. Así, nos imponen sutilmente descripciones de la realidad, bloquean otras posibles miradas y suscitan sentimientos de miedo e impotencia. Nos mantienen dormidos. ¿Por qué afirmas que los discursos sobre la crisis son parte de la crisis misma?
En primer lugar porque, como decía Zhuang zi, a las cosas las hacen los nombres que se les dan. Y qué cosa sea –o deje de ser- eso que llamamos crisis depende del modo en que se hable de ella. Pero, en segundo lugar, cuando la ‘cosa’ así construida es una cuestión de fe, crédito y confianza –como son las cosas de la economía del dinero-, el que esa fe se pierda o recupere depende en gran medida de los discursos, de las maneras de hablar. La brecha entre lo que las autoridades (económicas o políticas) pretenden que creamos y el crédito que estamos dispuestos a darles sólo se puede salvar con palabras persuasivas: ésa es la función de la ideología.

Analizas los discursos a partir de las metáforas que ponen en juego, ¿por qué?, ¿qué nos permiten entrever?
Las cosas nunca son como son. Son como son para alguien, son como son desde un cierto punto de vista. Sólo el ojo de Dios –y el de sus impostores- las ve desde ningún lugar. Las metáforas nos dicen desde qué perspectiva ve las cosas –o quiere que las veamos los demás- quien habla de ellas. Aquél que consigue que se vea a Hamas como un ‘cáncer terrorista’ está sembrando la legitimación posterior de los ‘bombardeos quirúrgicos’.

¿Cuál es la fuerza real de las metáforas para generar conformidad y obediencia en los comportamientos efectivos? ¿Nos creemos “literalmente” las metáforas?
Nos creemos precisamente aquellas metáforas que no creemos que lo son; aquéllas que creemos que son literalmente las cosas mismas. Cuando te responden con eso de “Lo que dices está muy bien, pero los números hablan por sí mismos y lo que dicen los números es que…”, te tapan la boca. O contestas con un “¡No! Lo que en realidad dicen los números es que…”. En lo que no sueles caer es en que los números no hablan, y menos aún por sí mismos. La creencia en la locuacidad de las cifras forma parte de tus creencias hasta que no caes en que es una metáfora que te está pensando a ti, cuando estabas creyendo que eras tú quien la usaba para pensar por ti mismo.

En general somos muy perspicaces para captar la irracionalidad de las creencias ajenas a través de sus metáforas: ¿cómo puede alguien sensato creer en una ‘virgen madre’ o en un ‘castigo del cielo’?
Pero nos tenemos por bien sensatos cuando creemos en ‘la voluntad de la mayoría’ o en que hay ‘números naturales’. Como buenos creyentes, creemos que creencias son siempre las de los otros. Disciernes fundamentalmente tres grupos de metáforas sobre la crisis en el discurso mediático/político.

Empecemos por lo que llamas “metáforas de naturalización”, ¿cuáles son?, ¿qué nos prescriben y qué nos impiden ver?
Cuando se habla del “tsunami provocado por el desplome de los fondos monetarios”, de la “sequía crediticia” o de “la fuerza del huracán financiero” se nos están presentando fenómenos propiamente económicos como si fueran fuerzas desatadas de la naturaleza. El primer efecto retórico consiste en anular toda responsabilidad por la crisis. Nadie es responsable de los tsunamis o las sequías, luego nadie es responsable de la crisis. Una vez construida así la irresponsabilidad particular, queda el terreno abonado para declararnos responsables a todos en general: ahora resulta que quien no consuma lo suficiente, contribuye a ahondar la crisis. Un segundo efecto es inyectar miedo y resignación ante lo que se construye como inevitable y universal. Nadie puede escapar a las leyes de la economía, del mismo modo en que nadie escapa a la ley de la gravedad.
El segundo efecto se produce, como bien apuntas, en lo que estas metáforas impiden ver. Si los fenómenos económicos son naturales, dado que naturaleza –como madre- no hay más que una (la naturaleza), tampoco puede haber más que una economía: la economía. Cualquier alternativa (ya sea en términos de otros modelos económicos, ya en términos de des-economizar tantas facetas de la vida como nos han economizado: “capital humano”, “coste de la vida”, etc.) no puede ser sino un dislate, una quimera o ganas de hacer el ridículo. Como decía Vargas Llosa, quien se oponga a las leyes de la economía, que se tire por la ventana y verá si funciona o no la gravedad.
Lo curioso es que si en el novelista esa analogía trasluce ideología descarada, en el bombardeo de metáforas como las anteriores por la prensa salmón es el propio discurso de los expertos el que se revela intrínsecamente ideológico. Si se leen los razonamientos económicos como argumentos novelísticos o como poesía (aunque sea poesía de madera), tanta ‘expertez’ resulta un puro despropósito.

El segundo grupo son las metáforas médicas. ¿Qué descripción de la crisis imponen? ¿Qué nos ponen “ante los ojos”?
Una vez construidos ciertos movimientos del dinero como si fueran cosas, y aún cosas naturales, una nueva vuelta de tuerca metafórica consiste en presentarlos como organismos vivos. Más aún, como seres humanos dolientes necesitados de solícitos cuidados médicos. La elevada exposición de los bancos –se nos ha repetido machaconamente, con unas metáforas médicas u otras- a los activos tóxicos ha desencadenado una epidemia financiera que ha producido un efecto contagio en la economía real. La patología de la crisis requiere, pues, de un correcto diagnóstico que inyecte liquidez en grandes dosis en el cuerpo de la economía para alimentar los flujos de capital, regenerar los fondos monetarios y potenciar las reservas de los depósitos. Así se evitará el estrangulamiento del crédito (que es su sistema sanguíneo) y que proliferen las metástasis.
Poco importa, para la supuesta racionalidad económica, que todo este cúmulo de metáforas médicas sea incompatible con la anterior aglomeración de metáforas climáticas y geológicas. Como tampoco importa que también las metáforas médicas sean incongruentes entre sí (¿intoxicación o contagio?, ¿metástasis o estrangulamiento?). Lo importante es la superposición de efectos retóricos, la fabricación de los sentimientos del personal. Miedo ante el huracán desatado, compasión ante el enfermo… ¿quién es tan cruel como para negarse a que su dinero/sangre se emplee en las urgentes transfusiones que paren la hemorragia a chorros del paciente, aunque sea un paciente financiero? Y, una vez más, están las perspectivas que estas metáforas bloquean. Si la economía (o los flujos de capital, o el sistema crediticio) es el enfermo, no puede ser la enfermedad. Si el diagnóstico es de estancamiento, parálisis o incluso retracción del natural crecimiento económico que ahora yace en la camilla, es que es ese crecimiento económico ilimitado el que sufre y no, como algún malpensado hubiera podido sospechar, el que nos hace sufrir.
No, el crecimiento incesante (de los beneficios, del PIB, de la producción…), aunque pudiera verse como un cáncer, no puede serlo, por la sencilla razón de que es él quien tiene un cáncer.

Y, por último, hablas de las metáforas de personificación, ¿cuáles son?, ¿qué función tienen?, ¿qué efectos?
Este es el punto más interesante. Una vez naturalizado y humanizado, como paciente, el tinglado económico (o sus componentes), ¿hay algo más lógico que acabar de dotarle del resto atributos humanos? Así, se habla con toda naturalidad de que los mercados castigan a las divisas, de que los parquets se angustian o las Bolsas responden con alegría, de cubrir las necesidades del mercado, de que el Ibex vive pendiente de Europa, de que las empresas tienen sed de liquidez o de que la crisis ha demostrado que hay que regular el comportamiento de los mercados.
Lo que se cosificó, naturalizó y medicalizó termina así adquiriendo rango de persona, persona ya autónoma que siente y actúa como tú o como yo, con sus alegrías y depresiones, sus necesidades y sus frivolidades, y hasta la capacidad racional de demostrar esto o aquello. O sea, se convierte en un fetiche, es nuestro propio poder enajenado que se independiza y se nos impone desde fuera como una voluntad inapelable e implacable.

¿Son diferentes las metáforas a izquierda y derecha sobre la crisis? ¿Y sobre los “remedios”?
No. No en el registro profundo del imaginario colectivo que hemos visto aflorar en todas estas formas de hablar. Ambas fetichizan sin cesar. Aunque cada una reclama más o menos poderes para uno u otro de los fetiches que ambas alimentan (Mercado y Estado), las figuras de personificación son perfectamente intercambiables: “Kuwait ha sufrido también el contagio” puede referirse tanto al sufrimiento de la economía kuwaití, como al de su Estado.
Las desavenencias entre derecha e izquierda en torno al diagnóstico de la crisis, a la terapia a seguir y a los sacrificios que nos exige no pueden dejar de recordar las disputas que se dieron entre católicos y protestantes en torno a cuál de las dos versiones del dios era la más verdadera.
Los discursos de izquierda no niegan, por ejemplo, la voluntad de los mercados, aunque –es decir, precisamente porque- exigen ponerle coto mediante la voluntad de los estados. Una y otra sólo difieren en la condición del médico, en si la regeneración y la salvación del supuesto enfermo vendrán de un “Mercado saneado” o de los “órganos del Estado”, en si menos mano invisible del mercado o más protagonismo del cuerpo social.
Muchos discursos nos vienen a decir (aunque sea subliminalmente) que no hay afuera, que no hay salida, que estamos secuestrados por un sistema que nos da la vida (consumo, etc.) y cuya desaparición acarrearía la nuestra propia. Por tanto hay que “apretarse el cinturón”.

¿Cómo analizas las metáforas que “hablan” en términos de unidad y sacrificio?
Todo fetiche exige sacrificios. Nos creemos modernos porque no sacrificamos a ídolos falsos. No, nosotros sacrificamos al único Dios verdadero.

¿Qué metáforas críticas se utilizan entre quienes quieren erosionar la confianza y no restaurarla, qué otras descripciones de la crisis sugieren?
No abundan las metáforas críticas. Muchas de las críticas asumen las metáforas fundamentales y se condenan a perpetuarlas. Plantearse, por ejemplo, maneras alternativas de afrontar la crisis, de encararla o arrostrarla, es seguir personificándola. Al prestarle rostro, al hacerle cara, seguimos dando vida al fetiche. Hay quienes hablan, no de hacerle frente, sino de darle la espalda. Así se expresa el entorno del Movimiento de Parados y Precarios en Lucha francés, que se agrupan en buen número con sus carritos de la compra repletos en las cajas de algún gran supermercado, arman el lío, y se marchan sin pagar.
Dar la espalda a la mediación del dinero que el sistema postula como necesaria, progresiva y universal es jugar a otro juego, en vez de refinar las reglas del juego o patalear porque se pierde en el que se postula como único juego posible.
Los viejos anarquistas lo llamaban ‘acción directa’. A su manera, lo están haciendo los millones de chinos se vuelven estos días al campo, dando la espalda a esas ciudades en las que anida la crisis. O los peul o los djola que conocí en Senegal, que viven casi de espaldas a la crisis porque la mayor y más importante parte de sus actividades corre por los márgenes de los flujos del dinero.

¿Podemos jugar con las metáforas del poder, darles la vuelta, volverlas contra ellos, hacerles decir otra cosa (otros “contagios” ahora horizontales entre sujetos rebeldes, otros “virus” de la revuelta, señalar hasta qué punto los “sistemas inmunitarios” son a veces los enemigos del “cuerpo” al que protegen, etc.)?
Podemos, y de hecho se está haciendo. La gente lo hace sin parar, y a menudo como casi sin querer. El otro día sacaban en la tele a una señora que debía acabar de quitarse los rulos; preguntada por la crisis, contestaba algo así como: “¡Estaba visto! ¡Es que con esto de los neuros nos están volviendo locos!”. Los neuros, ¡qué gran hallazgo semántico! De manera más esforzada y sistemática, hay todo un frente de economistas, sociólogos y antropólogos que, contra el fetiche del crecimiento o el desarrollo (por sostenible que se postule), tan vapuleado por la crisis, vienen proponiendo luchar por alcanzar cada vez mayores cotas de de-crecimiento.
Si el desarrollo es la enfermedad, y no el enfermo, des-des-arrollarse es sanar; dejar de crecer es bloquear las metástasis. Son bien significativos los términos con que este concepto se ha traducido a las lenguas de los pueblos a los que se quería desarrollar.
En wolof se nombra como “la voz del jefe”, en el eton del Camerún como “el sueño del blanco”. Metáforas que nos parecen de lo más natural (¿cómo va ser malo crecer y desarrollarse?), para ellos son puras órdenes o alucinaciones. Se puede jugar con las metáforas del poder, invertirlas o pervertirlas. Pero también es muy instructivo prestar oído a otras metáforas que se mueven en otros circuitos, alimentando formas de vida que no pasan por la vida de las grandes abstracciones (mercados, estados, gestión, educación y todas las terminadas en ‘-ión’, etc.). Los quichuas hablan del ‘sumak kawsay’, el buen vivir. Nada que ver con ese bien estar que sólo los estados (del bienestar) y el buen estado de los indicadores económicos pueden aportar a sus súbditos. ‘Estar’ se está en establos, la ‘buena vida’ sólo podemos dárnosla nosotros a nosotros mismos. La propia expresión castellana lo dice: “Darse la buena vida”.

* El análisis de Emmánuel Lizcano sobre las metáforas de la crisis de extiende en el artículo “Narraciones de la crisis: viejos fetiches con caras nuevas” publicado en el último número de Archipiélago (83-84): www.archipielago-ed.com