viernes, 24 de septiembre de 2010

Altos estudios, filosofía, ciencias

Reforma, 23 Sep. 10
Miguel Ángel Granados Chapa

Las facultades de Filosofía y Letras, y de Ciencias, de la Universidad Nacional, nacieron de la Escuela de Altos Estudios, una creación original de Justo Sierra, singularidad de la institución que cumple 100 años.

La Universidad Nacional inaugurada hace un siglo no solamente integró bajo una sola autoridad a las escuelas que existían desde la colonia o desde la República restaurada. En el centro del proyecto de Justo Sierra se hallaba una innovación pedagógica y política cuyos alcances llegan a nuestros días: la Escuela Nacional de Altos Estudios. En mayor medida aun que la propia institución universitaria, la creación de esa escuela resultó de un proceso de afinación y delimitación de tareas que fueran, a la vez, diversas del trabajo de las escuelas profesionales (ingeniería, jurisprudencia, medicina) y su prolongación.

Como la idea misma de la Universidad, Sierra expuso su plan de altos estudios en 1881 y lo delineó con miras a su concreción en cuanto llegó a la Secretaría de Instrucción Pública. Como lo recordó en un amplio ensayo sobre la materia la maestra Beatriz Ruiz Gaytán, Sierra formó una comisión de intelectuales renombrados para que dieran forma institucional a su proyecto y, después de correcciones emprendidas por sí mismo, lo promovió ante la Cámara de Diputados, de donde surgió la ley de la Escuela Nacional de Altos Estudios, un mes antes de la promulgación de la norma organizadora de la Universidad Nacional.

En el vasto y profundo discurso de apertura de cursos, hace una centena de años, Sierra dedicó especial atención a esa su otra criatura. Al explicar su enlace con el resto del sistema educativo nacional, reorganizado apenas, Sierra definió:

"Sobre estas enseñanzas fundamos la Escuela de Altos Estudios; ahí la selección llega a su término, allí hay una división amplísima de enseñanzas, allí habrá una división cada vez más vasta de elementos de trabajo, allí convocaremos, a compás de nuestras posibilidades, a los príncipes de las ciencias y de las letras humanas: porque deseamos que los que resulten mejor preparados por nuestro régimen de educación nacional puedan escuchar las voces mejor prestigiadas en el mundo sabio, las que vienen de más alto, las que van más lejos: no sólo las que producen efímeras emociones, sino las que inician, las que alientan, las que revelan, las que crean. Éstas se oirán un día en nuestra escuela; ellas difundirán el amor a la ciencia, amor divino, por lo sereno y puro, que funda idealidades, como el amor terrestre funda humanidades. Nuestra ambición sería que en esa escuela, que es el peldaño más alto del edificio universitario, puesto así para descubrir en el saber los horizontes más dilatados, más abiertos, como esos que sólo desde las cimas excelsas del planeta pueden contemplarse; nuestra ambición sería que en esa escuela se enseñe a investigar y a pensar, investigando y pensando, y que la sustancia de la investigación y el pensamiento no se cristalizase en ideas dentro de las almas, sino que esas ideas constituyesen dinamismos permanentemente traducibles en enseñanzas y en acción, que sólo así las ideas pueden llamarse fuerzas. No quisiéramos ver en ella torres de marfil, ni vida contemplativa, ni arrobamientos en busca del mediador plástico; eso puede existir y quizá es bueno que exista en otra parte; no allí, allí no".

La nueva escuela, hermana de la idea universitaria de Sierra, y en cierto modo su primer fruto, cumplió los objetivos de su fundador. La semilla de un pensamiento original, resultado de su vinculación con una realidad cambiante, rudamente sujeta a los vaivenes de la política, empezó pronto a generar rendimientos. La presencia de Antonio Caso y Pedro Henríquez Ureña en el área de humanidades fue la fuente de caudalosas corrientes intelectuales vigentes todavía. Al paso de los años de su seno, y de la mano del matemático Sotero Prieto y el biólogo Isaac Ochoterena, surgieron también los cimientos de la enseñanza y la investigación de las ciencias exactas y naturales.

Justamente el desarrollo de las dos ramas principales de la Escuela de Altos Estudios condujo a su desaparición y a la creación de las facultades de Filosofía y Letras, primero, y de Ciencias, después. El trayecto de esas dos instituciones, de cuya matriz surgieron los institutos de humanidades y de investigación científica, que son piedra angular de la universidad contemporánea, ha sido crecientemente fructuoso, como puede comprobarse de distintas maneras.

Una de ellas, que está a la mano porque ocurre hoy mismo, esta mañana, es el hecho de que al cumplir su primer siglo, la Universidad Nacional otorga el Doctorado Honoris Causa a sobresalientes hijos de esas facultades: Margit Frenk Freund estudió allí letras españolas, lo mismo que Carlos Monsiváis (a quien se otorgará la distinción post mortem); Luis Felipe Rodríguez Jorge cursó sus estudios de física, y Ramón Xirau los de literatura y filosofía.

Sierra dijo hace 100 años al presidente Díaz que "el gobierno de la ciencia en acción debe pertenecer a la ciencia misma". Un siglo después, esa noción de autonomía parece haber avanzado hacia la independencia financiera, la que evite la negociación anual en pos de los recursos públicos imprescindibles para su tarea. Senadores y diputados se dijeron conscientes de esta necesidad. Está en sus manos traducir las palabras retóricas a textos legales que otorguen permanente fortaleza económica a la Universidad. En el Congreso, donde ayer se rindió tributo a la Universidad centenaria, suele hablarse mucho y concretarse poco. Que ése no sea el caso ahora lo merece la institución de la que tantas loas se dijeron ayer. Sería un magnífico regalo por su centésimo cumpleaños.

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